El nueve de noviembre.
Suelo mojado de madrugada. Silencio.
Se abre la puerta del garaje y aparece con un fogonazo.
Deslumbra la puerta de la fachada de enfrente.
La mano sobre las cejas, perpendicular a la frente.
Apenas veo.
Acelera y desaparece. Como siempre.
Otra vez casi oscuridad. Otra vez comenzar.
Ya clarea y un olor a otoño estival aparece con las primeras luces.
¿Dónde estará ya?
Supongo que más allá de aquella recta sin fin que lo proyecta hacia la nada.
Hacia la nada donde siempre va.
No hacia la nada infinita e inconmensurable.
Sino hacia una nada finita y despreciable.