En mi pueblo blanco y escalonado
nació mi madre agonizando mayo,
en un callejón de flores colgado
explotó su vida como un rayo.
Sus primeros pasos frente a la sierra,
el trabajo, el sudor, el desmayo,
llegando el padre desde la tierra,
las primeras lecciones aprendidas.
En la escuela a sus libros se aferra
y allí surgen las primeras heridas.
Nada de tiempo para la cultura,
sólo silencio y manos exprimidas
con el paño húmedo de la censura,
lágrimas que recorren tu mirada:
desde tus ojos la visión más pura.
Sólo la aceituna ya desatada
en las lomas rodando por el suelo
repleto de lienzos en estacada.
En la ermita buscaste con anhelo
la mano de la que tu nombre lleva
y así al menos llorar con el consuelo
de que tu virgen te oye y nos renueva.
En un día de noviembre lluvioso
luciste de blanco tu cola nueva
para unirte inmaculada a tu esposo
y recorrer las calles entre flores.
Amanecida desde tu reposo
yo te desvié el vientre de dolores
y fue mi nacimiento un nuevo mundo
colmado de luces y de colores.
A mi pueblo desde lo más profundo
llegó el agua tenaz y asoladora
y todo se llevó en plan furibundo.
Desde entonces nunca llegaba la hora
que una sonrisa viniera a tu cara
y estuviste tiempo desoladora.
Pero la virgen que siempre te ampara
te inundó por fin de gran esperanza
y volviste a la que yo siempre amara,
a nuestra calle echaste una alabanza
y en familia regresamos unidos
con alegría y renovada alianza.
Estuvieron los tiempos detenidos
y vivimos un tiempo entre algodones.
Finalmente pusiste tus sentidos
sobre la ciudad y sus sucesiones
para no caer en el desespero
de su palidez y sus destrucciones.
En la distancia eres lo que yo quiero.