Es la vida tan tenue, tan angosta…
No puedo vivirla como la vivo.
Tienen tus cejas, padre, una mota
de polvo mortuorio blanquecino.
Las alturas se inclinan ante ti
porque tú eres aún más alto, más siempre.
Y un zaguán de besos por sólo un sí
desde tu pie incorrupto, inocente.
Desde tu árbol cano, desde tus raíces
levanto un estrato oscuro de llanto,
de lágrimas limpias, las más difíciles
que pude derramar sobre tu labio.
Veo el campo pegado junto a casa,
su larga extensión imperecedera
como el camino, final que me abrasa:
amor se esparce sobre tu cadera.
Sí, padre, sí. Una oruga me come
el intestino desde hace unos meses.
Es violenta esta pared, este gozne
de capital ardua sobre mi mente.
No sé si alabarte o seguir muriendo.
La vida se me escapa muy deprisa,
rápido, rapidito voy cayendo
en la fosa del más profundo enigma.