Estoy cansado de lanzar probabilidades al viento. De vivir concretando pasados seguramente improbables, porque ni siquiera yo los recuerdo. Estoy cansado de revolver entre aquello que franqueé para precisamente revolverme por ámbitos inescrutables. Voy de aquí para allá pensando en las vidas que nos envuelven y no encuentro solución para nada, salvo para aliviar mi maldita sed… Sed de humanos incansables, de lunas descubiertas, de ecuaciones desesperadas. Fraguando estos agrupamientos voy decayendo inexorablemente hacia figuras posiblemente oníricas. Más lejos veo canales donde se vuelcan ciertos límites, inesperados; más cerca espero encontrar aquello que debe estar prácticamente congelado. Digamos que veo mi finitud y no la quiero, pensemos que vamos más allá de lo que podemos soportar… Planteemos sinceramente que la muerte viene hacia aquí sin ningún pudor. Queda la esperanza que da la sensación de continuidad, el enlazamiento para intentar superar esta maldita inquietud… Sabemos que inevitablemente moriremos para que caigan lágrimas. Es mentira. Moriremos para desatar alegría. Empecemos de nuevo: Encuentro razones lo suficientemente importantes para creer que estoy vivo; y quiero resaltar la forma en que conjugo el verbo vivir. Entre otras cosas porque es un componente imprescindible de la muerte. Siento realmente tedio por esta situación que me espanta: rubrico certificados donde se dice que se posee… ¿qué sé yo?, voy y miro tras de mí y veo que ha desaparecido el tiempo… Hacia las nubes grises vuelan los futuros intentando completar aquellos prados interminables, aquellas oquedades… Precisamente en el futuro están escritas algunas de esas instantáneas, líneas digitales de una fragua enorme, que nos harán probablemente invulnerables.