Sobre el manto del huerto camina rescatándose una muerte temprana, un rojo hilo de sangre envuelto entre espirales, hacia el gris horizonte que la sierra socava en tardes infinitas. Descuidadas sus manos, volviendo hacia la tierra y los gérmenes blancos de un trigo verde, altivo. Cruza todas las puertas, traspasa las memorias, enredada en las ondas de un líquido ya extinto. La frontera de un límite, encontrándose siempre, llena de azules ojos y de días continuos se percibe su aroma, limpia sombra extendida, alfombra luminosa, teñida de la nada.