Mis manos son las culpables de este nuestro naufragio. Mis manos están llenas de ruido, de agua y vapor, de venas. Tú soportabas con deseo la sonora ambigüedad que traspasaba mis uñas. Y recorrías una y otra vez el tumulto grasiento, las colinas de mis manos óseas. Desde allí emergió el abrazo y el beso. En un instante rojizo cruzaron nuestras bocas mil períodos glaciares. Mis manos rompieron en ti estableciendo la posesión que cercaba hasta los huesos. Mis manos supieron entonces que eran ellas.